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Cuento de Pueblo Chico

#Cuento: Accidentes laborales

¿Todos los accidentes laborales son accidentes laborales?

¿Todos los accidentes laborales son accidentes laborales?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Lo habitual era que Darío esperara, como todas las mañanas, el colectivo interurbano que lo dejaría a metros de una fábrica en la que era operario. Pero en esta oportunidad, llegó a la parada minutos antes de las seis de la mañana, observó que no hubiera nadie a su alrededor, tomó una remera que tenía en su bolso de trabajo, vendó su mano izquierda y se dirigió rápidamente al dispensario que estaba a pocas cuadras.
Ingresó al nosocomio y el médico de guardia lo recibió haciéndolo pasar a su consultorio casi de incógnitos sin ser vistos por otros pacientes que esperaban a ser atendidos. Darío se sentó, quitó la venda y colocó el brazo sobre una camilla. El profesional le anestesió el brazo y tras la indicación de que mirase para otro lado, tomó un bisturí e hizo un corte largo en su palma. Y finalmente el mismo médico le prestó la atención correspondiente mientras que él dio aviso por un sms a su supervisor de que había tenido un accidente y no se presentaría a trabajar.
Media hora más tarde, el abogado de Darío se presentó en el dispensario para constatar lo que había ocurrido; y tras charlar previamente con el médico acompañó a su cliente a hacer la denuncia policial: “estaba en la parada, esperaba el cole para irme a trabajar y en ese momento se me acerca un loco que con una navaja me pide la mochila y el celular. No se lo quiero dar y en el forcejeo agarra la navaja y me corta la mano” – declaró ante la autoridad policial que con un solo dedo tipiaba el relato en el ordenador. “Contale cómo estaba vestido y en qué estado estaba” – le sugirió el abogado con un guiño a lo que su representado agrega: “tenía una capucha así que no pude ver la cara y para mí estaba drogado o algo de eso, porque cuando me cortó, se asustó y salió corriendo como si estuviera mareado.”
Casi en simultáneo, pero en otro lugar de la ciudad, Carlos llegó a su lugar de trabajo rengueando y quejándose por un dolor muy fuerte en su pie. Apenas marcó su ingreso en la portería, se apoyó contra la pared y dando aviso a su encargado fue visto por un médico que tras trasladarlo al hospital y hacerle la radiografía correspondiente, le informó que tenía una fractura de tibia y peroné. “Venía lo más bien y cuando estaba bajando del colectivo para ir a la fábrica, desciendo y piso mal en un pozo junto al cordón cuneta. Es que me bajé cuando el cole aún estaba en movimiento y ahí comencé a sentir el dolor intenso en el pie” – contó.
En realidad la versión de lo acontecido difería a lo que Carlos relató. La fractura se la había hecho el día anterior por la tarde mientras jugaba un picadito en el potrero del barrio y fue trabado por un jugador contrario, un gordo lo más parecido a un ropero que acostumbraba a mezclar en el futbol técnicas de boxeo, taekwondo y rugby. Un amigo lo llevó hasta el hospital donde fue asistido por un profesional pero nuevamente en su casa se comunicó con su abogado preguntándole cómo aquello podía perjudicarle en su trabajo. Entonces tras la recomendación del letrado, se quitó el yeso, aguantó el dolor toda la noche y esperó el trayecto hacia su trabajo para manifestar que se había hecho la lección al bajar el colectivo y a pocas cuadras de la fábrica.
Dos horas más tarde, en otra fábrica, una mujer de unos cuarenta años, de nombre Esther, vigilaba que una maquina industrial realizara los cortes de tela y prensado pertenecientes a la línea de producción. Su función no era más que la de asistir visualmente y ante cualquier desperfecto o error de la máquina, dar aviso a su supervisor. Pero tras asegurarse que ningún compañero la estuviera observando, cerró los ojos y colocó su mano derecha debajo de la prensadora para cortarse el dedo índice. Gritó, fue asistida por otros operarios y finalmente fue trasladada al hospital sin posibilidad de recuperar su falange. Y cuando estaba más tranquila, con su mano sana tomó su celular y mediante un watsapp le dio aviso con un “listo” a su abogado.
El mismo abogado representó a los tres operarios sin ningún tipo de vínculos entre ellos ni entre sus lugares de trabajo. En los tres casos, este letrado fue el ideólogo del accidente al ser muy amigo de sus clientes y a quienes les había asegurado que esos juicios laborales se ganarían sí o sí; “aun los que ocurren en el trayecto al lugar del trabajo” – les explicó a los dos primeros. Se encargó de realizar el juicio correspondiente a las ART y a los meses cobró sus respectivos honorarios dando también la parte que le correspondía al médico que hizo el corte en la mano de Darío; “prepárate porque vas a tener otros pacientes” – le expresó al profesional de la salud.
Y los tres empleados disfrutaron del dinero a su manera: Darío pudo, junto a otro dinero que tenía ahorrado, comprar un terrero y edificar su casa; Carlos se compró un auto, el que hacía tiempo deseaba comprar pero lo veía como imposible con su escueto sueldo y Esther se dio el gusto de viajar y conocer las playas de Brasil aunque con un dedo menos.

Fuente: Publicado en La Posta Hoy

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