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Cuento de Pueblo Chico

#Cuento: Billetes

¿Cuántas maneras hay de estafar a una abuela?

¿Cuántas maneras hay de estafar a una abuela?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Entre jubilación y la pensión por el fallecimiento de su esposo, Argelina cobraba algo más de veinte mil pesos cada mes. Aquel día siete, llegó a la entidad bancaria, hizo la cola como todo usuario y finalmente llegó a la caja para cobrar lo que le correspondía: “abuela, tenga cuidado con el dinero” – fue la recomendación del cajero; “guárdelo bien.” Y tras poner los billetes dentro de su cartera y agradecer la amabilidad del empleado, sale.
Habían pasado cinco minutos desde que salió del banco, y mientras caminaba aún por el centro de la ciudad, Argelina nota que a una persona que transitaba a menos de dos metros delante de ella se le cae un fajo de billetes. Se agachó para levantarlo con la intención de darle aviso al hombre y devolvérselo, pero justo en ese momento se le aproxima una mujer que le susurra: “guárdelo, guárdelo en su cartera abuela… ”. Así en cuestión de segundos, guardó los billetes ante la mirada de la extraña mujer que tapaba la acción de la vista de otros transeúntes.
“Abuela vayamos para el otro lado…” –le manifestó la dama a Argelina llevándola en sentido contrario hacia donde se dirigía aquel pobre hombre que había extraviado su dinero; “vayamos para el lado de la estación de trenes así contamos cuánto hay en ese fajo y lo dividimos entre las dos.” Y la abuela siguió sus indicaciones para finalmente alejarse juntas, tomadas del brazo, del centro comercial.
Por momentos la conversación entre ambas fue muy amena incluso la abuela aprovechó para contarle que era viuda y que ninguno de sus cuatro hijos se preocupaba por ella; “pensar que cada uno de ellos tiene auto pero ninguno me trae hasta el banco y tengo que andar caminado para todos lados” – contó.
A tres cuadras de la zona bancaria y sin presencia de otros transeúntes, la mujer le indica a Argelina que era momento de contar el fajo; “yo solo me conformo con una parte, abuela. Usted se puede quedar con todo el resto.” Pero antes de que sacara los billetes de su cartera, se aproxima a ambas justamente el dueño de los mismos que venía siguiéndolas de manera disimulada. “Oigan… ¡ustedes tienen mi dinero!” –les reclamo.
Las mujeres negaron tenerlo pero se pusieron algo nerviosas frente a la postura del caballero que seguía firme en su idea: “Se me cayó el dinero y sé que ustedes venían detrás de mí” – sostenía. “No sabemos de qué está hablando” – expresó la mujer sosteniendo del brazo a Argelina; “pero si no se retira ahora entonces llamaremos a la policía.” Y esas últimas palabras incomodaron al hombre que aún permanecía preocupado por sus billetes.
“Yo haré la denuncia aunque perdí la esperanza de recuperar mi dinero, el que tenía para la operación de mi hijo” – manifestó el hombre muy compungido y que se encontraba de paso por la ciudad; “¿dónde queda la comisaría?”. Por cuestión de segundos, las mujeres intercambiaron miradas algo dolidas por aquel hombre; pero antes de que Argelina metiera su mano en la cartera, la otra la susurró: “¡espéreme acá! Ya vuelvo y contamos el dinero.” Luego se ofreció a acompañar al hombre hasta la dependencia policial y así finalmente se perdieron de vista regresando al centro comercial.
Unos pocos minutos habían transcurrido y Argelina viendo que la mujer no regresaba, comenzó a caminar considerando que era la oportunidad justa de quedarse con todo el dinero. Llegó a la oficina del Correo donde preguntó a un empleado si le podían hacer el favor de llamarle un remiss y así lo hicieron. La abuela mientras esperaba el auto, observaba algo nerviosa la zona de la estación de la que quería alejarse lo más pronto posible. Finalmente llegó el vehículo que en cuestión de minutos la dejó frente a su casa. Abonó el servicio con algo de dinero que contaba en un monederito que llevaba en el bolsillo de la campera y se introdujo en su hogar poniendo llave a la puerta principal.
Argelina sacó el fajo de su cartera y cuando les quitó la bandita, para su sorpresa, descubrió que el primero estaba impreso del lado exterior y que el resto era solamente papel de diario prolijamente cortado en forma de billetes. No solo eso, sino que cuando buscó lo que había cobrado en el banco, su dinero ya no estaba dentro de la cartera puesto que la mujer se lo había quitado en un descuido en el momento que dialogaban con el hombre. Y entonces se sentó junto a la mesa del comedor y comenzó a llorar.
Tres horas mas tarde, dentro de un vehículo estacionado a metros del acceso al autopista el dinero de Argelina era repartido entre la mujer, el hombre y el cajero.

Fuente: Publicado en La Posta Hoy

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