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Cuento de Pueblo Chico

#Cuento: Alarmas

¿Funciona una alarma comunitaria?

¿Funciona una alarma comunitaria?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


Marta es una comerciante de la ciudad que cada dos meses realiza un viaje a los mercados de pulga de Buenos Aires con la finalidad de abastecerse de ropa para revender en su tienda. Cuando ya tenía todo acordado se encuentra con que un jueves, el día anterior al viaje a Capital Federal, dos jóvenes ingresan a su vivienda y le sustraen el dinero ahorrado para la compra mayorista.
Eran cerca de la una de la madrugada cuando siente que abren la puerta principal de la calle forzando la cerradura. Marta no tuvo tiempo de tomar su teléfono cuando se dio cuenta que dos jóvenes encapuchados ya habían ingresado al dormitorio reduciéndola y obligándola a que les indicara dónde tenía el dinero de la tienda. Primero la mujer se negó a decirlo pero cuando uno de los malvivientes ejerció algo de violencia, mientras que el otro revisaba cada cajón, acabó por indicarle el lugar. Y cuando los ladrones tuvieron en su poder los veinte mil pesos que era lo que vinieron a buscar, optaron por atar a la señora para finalmente irse de la casa.
Ella quedó reducida sentada al lado de la cama sin poder hacer movimientos más que permitirse llorar de la impotencia por lo vivido. Ya cuando se dio cuenta que habían pasado varios minutos y ningún otro ruido se oía en el resto de la casa, comenzó a pedir auxilio a alta voz haciendo que una vecina la escuchara y la socorriera. No pasaron más de cinco minutos y la mujer ya había sido desatada, se encontraba rodeada por varios vecinos que cuando llamaron a la Policia le dijeron que el único móvil se encontraba en la otra parte opuesta de la ciudad pero que luego se daría cita en el lugar y lo hizo quince minutos más tarde.
Por la mañana, ya más tranquila, Marta se comunicó con el chofer de la trafic que la llevaría a Buenos Aires para informarle sobre lo acontecido y decirle que no iría. Cortó y a los cinco minutos es el chofer quien la llama para nuevamente solidarizarse con la mujer, pero además indicarle que estaba dispuesto a prestarle al menos diez mil pesos y “luego, Marta, me lo devuelve como puede… es por su negocio” – le expresó el hombre con quien hacía prácticamente un año que viajaba.
Agradeciendo el buen gesto, luego la mujer cortó la comunicación, le compartió a su familia la solidaridad de aquel hombre y algunos vecinos se hicieron presentes en su casa. Fácilmente todos los moradores de la cuadra estaban asustados por el robo ocurrido y ya se habían contactado con un comerciante que les ofreció la colocación de una alarma comunitaria para brindar mayor seguridad a la zona. De manera rápida, entre todos los vecinos lograron juntar el dinero para colocar el novedoso sistema de prevención permitiendo a Marta contar con un control de auxilio para la próxima, que nadie deseaba que ocurriera.
Aquella misma noche, la trafic pasó a retirar a Marta desde su domicilio y viajó a Capital pudiendo abastecer su tienda de un importante stock y variedad de prendas. Y siempre agradeció el gesto del chofer de la trafic por su solidaridad quien además le permitió devolver el dinero en partes y acordes a sus posibilidades comerciales.
Pero lejos de toda aquella realidad, tres días antes del robo era justamente el propio chofer el que indicaba a dos primos, duchos en el tema, que la mujer contaba con ese dinero en su casa como lo era cada día previo al viaje a Buenos Aires; les explicó dónde vivía y les manifestó cómo se distribuirían la suma: “son cinco mil para cada uno de ustedes y diez mil para mí que soy gestor del plan” – acordó.
Esa misma noche, la trafic espero a los malvivientes a cuatro cuadras de la casa de Marta. Se distribuyeron el dinero dentro del vehículo estacionados fuera de la ciudad, dejó a sus primos en sus casas y luego, tras enviar un sms, se encontró en una estación de servicio con el policía que patrullaba la calle. A éste agente, su amigo de la infancia, le correspondieron otros cinco mil pesos por haber accedido al pedido de, durante esa hora de la madrugada, mantenerse ocupado de alguna manera en la otra punta de la ciudad. Y en las primeras horas de la mañana, el chofer se arrimó al banco para sacar cinco mil pesos de su cuenta esperando que su clienta se comunique para ofrecerle el préstamo de los diez mil.
Y no solo eso, como parte de su plan, una vez hecho el ofrecimiento del dinero a la mujer; el chofer se comunicó con un amigo que había conocido en las apuestas de carreras de caballos pero que también se dedicaba a la comercialización y colocación de alarmas comunitarias; “toma nota de este barrio de la ciudad, te presentas allí y de seguro que vendes una alarma con lo asustado que están” –le indicó; “dale, si logro vender una alamar más, te doy un porcentaje”- le manifestó la otra parte.

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