“Hoy en día la discapacidad se considera principalmente una cuestión de derechos humanos más que una cuestión perteneciente al ámbito de los servicios médicos y de asistencia social.”
En 1992, al término del Decenio de las Naciones Unidas para las Personas con Discapacidad (1983-1992), la Asamblea General proclamó el día 3 de diciembre Día Internacional de las Personas con Discapacidad (resolución 47/3). El Decenio había sido un período de toma de conciencia y de medidas orientadas hacia la acción y destinadas al constante mejoramiento de la situación de las personas con discapacidades y a la consecución de la igualdad de oportunidades para ellas. Posteriormente, la Asamblea hizo un llamamiento a los Estados Miembros para que destacaran la celebración del Día, con miras a fomentar una mayor integración en la sociedad de las personas con discapacidades (resolución 47/88).
El significado de la discapacidad nos convoca a una batalla cultural cuestionando los tradicionales significados de “tragedia personal” y “desviación social”.
La discapacidad no puede ser pensada como un problema de las “personas con discapacidad”, de sus familias o de los expertos. La discapacidad es una dimensión social. Es preciso comprenderla como una forma particular de “construir” al otro distinto al nosotros en términos de diferencia.
El debate actual sobre los derechos de la persona con discapacidad no se centra en el disfrute de derechos específicos sino en asegurar el disfrute efectivo, en condiciones de igualdad, de todos los derechos humanos.
El reconocimiento del valor de la dignidad humana nos recuerda con fuerza que las personas con discapacidad tienen un papel y un derecho en la sociedad que hay que atender con absoluta independencia de toda consideración de utilidad social o económica. Esas personas son un fin en sí mismas. Esta perspectiva contrasta profundamente con el impulso social contrario que trata de clasificar a las personas en función de su utilidad y dejar de lado a las que presentan diferencias importantes.
Todas las personas deben ser apreciadas por su inherente valor como seres humanos más que por su contribución a la sociedad por sus habilidades funcionales individuales. El valor del ser humano en sí mismo se encuentra desvinculado y es independiente de cualquier consideración de utilidad social. Es decir:
Las personas con discapacidad no son igualmente dignas por su capacidad de aporte a la sociedad, sino que son igualmente dignas por su esencia.
No existen los “discapacitados” sino las “personas con discapacidad”, primero son “personas”, eso es lo más importante y como tal se les debe respetar todos los derechos humanos.