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Cuento de Pueblo Chico

#Cuento: El ladrón de lechones

¿Qué se necesita para ser un buen ladrón de lechones?

¿Qué se necesita para ser un buen ladrón de lechones?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

El pelado Huguito estaba sentado en la vereda junto a la mesa de un bar céntrico y se le sentó a su lado, el flaco Sixto. En realidad, minutos antes éste último había convocado a su amigo mediante whatsapp a encontrarse en ese bar, tomar una cerveza y charlar sobre una propuesta. Pidieron una cerveza a la moza y Sixto le preguntó a su compañero: “¿Tenes la chata todavía? Tengo un negocito para ofrecerte…”
Al oído de Sixto llegó la información de que el único sereno de una casa de campo camino a Uranga, tenía un cumpleaños de quince el sábado siguiente: “Tienen un par de lechoncitos que están justo para la parrilla… vamos, los cargamos en tu camioneta y nos venimos como si nada” – le propuso. “¿Y cómo sabes que no habrá otro sereno?” – indagó el pelado casi a punto de interesarse por completo en la propuesta. Entonces su amigo le detallo que el empleado, por temor a ser reemplazado por otro, directamente no le informó a su patrón de su ausencia por una noche. Y habiendo acordando el lugar para encontrarse y partir en dirección al campo, se despidieron justo en el momento en que el flaco tumbó accidentalmente un vaso lleno de cerveza sobre su pantalón.

Llegado el sábado, cerca de los diez de la noche, Hugo pasó a buscar a su pana que lo esperaba en la plaza San Martín y de allí partieron para la zona rural en su F-100 modelo 1987. Lo que no tuvieron en cuenta fue la gran tormenta que se levantó una hora antes, con caída de agua de manera torrencial. Por momentos, el camino de tierra se les convirtió en un pantano pero haciendo maniobras, finalmente aparcaron con luces bajas a unos metros de la casa indicada. Y allí descendieron de la camioneta cubriéndose de la lluvia con unos camperones y caminaron por el campo sobre las huellas marcadas por otros vehículos hasta llegar a la parte trasera de la vivienda.
El flaco Sixto se aproximó a un corral mientras alumbraba con una linterna que compró en Caprichos y sin darse cuenta, agarró un cerco electrificado y terminó por ser despedido a unos metros. Hugo corrió para incorporarlo y luego buscando un portón, ingresaron al lugar donde dormían cerdos, gallinas y otros animales. El pelado con mucha sutileza agarró un lechón, lo ató de manos y pies y finalmente lo colocó en una bolsa arpillera para buscar su mejor posición física y llevarlo a su chata. Y su amigo quiso hacer lo mismo, pero cuando tomó otro lechón, el grito del animal provocó la reacción de otro cerdo mas grande que terminó envistiéndolo.

El pelado ya había cargado su lechón en la camioneta y el flaco seguía renegando con el otro animal mientras que el lio generado en el corral hizo que las gallinas, pavos y patos se despertaran. Finalmente Sixto agarró otro chancho pero el alboroto en el predio hizo que los perros de la casa se acercarán y lo corrieron por el medio del campo. Y aunque pudo zafar de los canes, saltó la cerca del predio y arrojó el lechón junto a la rueda de la chata; no obstante al engancharse con un alambre de púas de la cerca, abrió su pantalón de punta a punta.
No solo eso, sino que tras haber colocado el segundo lechón sobre la camioneta e ingresar a la cabina, recuerda que dejó la linterna en el corral. “Olvidate de la linterna” – le expresó Hubo. “Imposible” – manifestó Sixto, “es de mi pibe que la llevó la semana pasada al campamento de la escuela.” Y finalmente ante el avance de los minutos y la lluvia que no cesaba, el flaco fue convencido por su amigo a abandonar el lugar.
Pero varios metros mas adelante, el barro hizo que la camioneta se saliera del camino y quedara en un zanjón. Después de varios intentos fallidos por salir nuevamente al camino, los amigos divisaron que de lejos, se acercaba otro vehículo que probablemente pudiera socorrerlos. Allí se percataron de la presencia de los dos lechones detrás de la camioneta y ante la proximidad del otro coche, optaron por arrojar a los animales atados a un campo lindero. Y la otra chata conducida por un buen hombre, se les acercó.

“Ando por acá porque me enteré que el sereno de mi campo me abandonó la hacienda por irse a una fiesta” – manifestó el campesino mientras gentilmente, mediante una fuerte soga, se disponía a sacar la camioneta del pelado enterrada en el lodo. Sixto le indicaba las maniobras al salvador y poniéndose delante de la camioneta, al hacer esta un avance brusco, termina por ser atropellado. Y finalmente la camioneta se ubicó en el camino en el momento en que el flaco se recuperó lentamente de algunos dolores.
Para cuando el ayudante se alejó de los amigos, Sixto nuevamente fue tras los dos lechones que permanecían reducidos y tirados en el campo a oscuras. Pero tras haber cargado el primer animal, regresó por el otro y en ese momento fue alcanzado por la caída de un rayo. Y para cuando Hugo salió a asistir a su compañero, lo encontró abrazado al electrificado cerdo y con sus pelos erizados, pero muy sonrientes.
Y como si fuera poco, al día siguiente cuando el flaco se comenzaba a recuperarse de la agitada noche, se encontró con algunos oficiales de policía fuera de su casa. “Está acusado por el robo de lechones” – le informó un agente mientras lo invitaba a subir al móvil policial tras esposarlo. Es que Sixto no tuvo en cuenta que en la linterna estaba escrito el nombre y apellido de su niño acompañado con el domicilio.

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