El cuerpo de Elsa fue hallado ocho meses después de que sus hijos dejaran de tener noticias de ella.
El próximo viernes se cumplirá un año de que el cuerpo desmembrado de Elsa Noemí Mercuri fuera encontrado en tres bolsas de arpillera en el pozo de un molino que se levanta cerca de la casa del predio rural en el que habitaba con su pareja, José María Castro, de 65 años. Habían pasado ocho meses desde que la mujer de 63 años dejara de tener contacto con sus tres hijos, ya grandes e independizados, y que éstos solo conocieran la versión que les daba el padre: que la mujer los había abandonado y se había ido a Brasil. Fueron ocho meses de penurias y dudas sin resolver hasta que, tras el macabro hallazgo el hombre confesó que él había matado a su esposa y desde entonces está preso en Piñero acusado de homicidio calificado por el vínculo y la alevosía y por femicidio.
No obstante el calvario de los hijos de la pareja no ha llegado a su fin. “Todavía no nos devolvieron los restos óseos de mi madre para poder darle una sepultura digna y que de una vez descanse para siempre en paz”, dijo Valeria a La Capital desde su casa de Villa Constitución. Y esa espera estira el dolor. “Nos dijeron que en la autopsia no se pudieron extraer muestras que permitan contejarlas con nuestro ADN”, sostuvo la joven, y pidió que “se haga lo que se tenga que hacer para poner fin a todo esto”.
La vida de Valeria y sus hermanos no fue fácil en la casa de campo ubicada a unos 500 metros del kilómetro 275 de la autopista Rosario-Buenos Aires, en General Lagos. Según cuenta siempre estuvieron rodeados de “un clima de violencia familiar”, de discusiones entre sus padres que “no siempre terminaban bien”. Sin embargo, una vez que cada uno hizo su vida pensó que las cosas en esa finca rural iban a cambiar. Se equivocó. La historia terminó de la peor manera.
“Mi mamá era una mujer obesa que tenía problemas para moverse, por eso siempre estaba sentada y aferrada a su celular. La última vez que lo usó fue el 29 de marzo del año pasado, cuando se comunicó con mi hermano como lo hacía diariamente. Pero después nada más se supo de ella”, recordó Valeria.
“Por entonces yo estaba distanciada de mamá porque ella no quiso ocuparse de mi papá cuando en 2018 él se enfermó del corazón y había que llevarlo al Hospital Provincial de Rosario para hacerle estudios. Entonces me tuve que hacer cargo yo y eso me alejó de ella. Además, cuando mamá desapareció yo estaba en cama porque había sufrido un accidente y estuve dos meses sin poder moverme”, agregó.
“Abandono de hogar”
Un día el padre de Valeria la fue a visitar a su casa y “se mostró preocupado, enojado” al decirle que su madre “había desaparecido, que no se había llevado ropa ni el celular”. Ese mismo día el hombre llamó a su hijo Emanuel, con quien Elsa tenía un trato cotidiano, para avisarle y preguntarle si él sabía algo. La respuesta fue “nada”.
Ese fue el primer indicio que los hijos de Elsa tuvieron en cuanto a que algo malo había pasado, aunque todavía no era momento de sospechar de su padre. Entonces empezaron a hacer cadenas por redes sociales para saber qué había pasado y tratar de hallar a su madre. Nadie sabía nada y nadie dudaba de José María a pesar del pasado de peleas de pareja que todos habían presenciado.
Finalmente, empujado por sus hijos, el 17 de abril de 2019 el hombre decidió ir a la comisaría de General Lagos para presentar la denuncia. Pero lo hizo por “abandono de hogar” y no por desaparición. Y sostuvo una vez más que su mujer se había ido del país.
Cada vez las dudas se acrecentaban. Y más cuando José María empezó a visitar asiduamente a Valeria en su casa. “Venía y se quedaba dos o tres días. Siempre que le preguntaba por mi madre las respuestas eran las mismas, que se había ido, que no sabía nada. Pero después de junio ya no volvió. Me mandaba mensajes, audios, pero no volvió. Supimos entonces que tenía otra pareja y que muchas veces se iba a la casa de esa mujer. Incluso mi hermana me contó que él había vuelto a beber, algo que había dejado diez años antes. Pensé que si lo había hecho era porque algo lo atormentaba y le confié a mi esposo que creía que le había hecho algo malo a mi mamá”, refirió Valeria.
Anticipado
En octubre de 2019 y sin novedades sobre Elsa, sus hijos decidieron volver a la policía para denunciar. Pero esta vez la desaparición de la mujer. Nuevamente se apoyaron en las redes sociales para tratar de localizarla. El fiscal José Luis Caterina empezó a actuar de oficio y recabó los testimonios que llevaron a lo peor. “Entre otras cosas le dijimos que el Día de la Madre de 2018 estuvimos en casa de mis padres y él le dijo a mi hermana que iba a matar a mamá, que la iba a tirar al pozo del molino y que le iba a tirar cal para que no quedaran rastros”.
Aquellos dichos orientaron la pesquisa. José María se los había anticipado y ellos no lo escucharon o no lo pudieron interpretar. “El es un manipulador, lo premeditó con tiempo, nos mintió ocho meses, nos decía que nuestra madre no era lo que creíamos. Que una cosa era cuando estábamos con ellos y otra cuando se quedaban solos, que algún día íbamos a saber la verdad. Es un lobo que siempre se vistió con piel de cordero”, graficó Valeria.
Lo cierto es que veinte días después de que el fiscal iniciara las actuaciones dispuso allanar la chacra de la familia. Perros adiestrados lograron dar con el pozo del molino y en el fondo, en dos bolsas de arpillera, estaba seccionado el cuerpo de Elsa. Una tercera bolsa fue hallada cerca de la propiedad un par de días después.
“Todo tan bestial”
“Nunca imaginé esto pero mi padre tampoco se imaginó que yo iba a ponerme al frente de todo con mis hermanos. Fue tan bestial que la noche anterior a que hallaran los restos mi papá me llamó, se mostró triste y casi llorando me dijo que no entendía cómo mi mamá no se había comunicado con nosotros. Pero también dijo que dejáramos de preocuparnos, que se había ido y nos había abandonado, que ya no le importábamos más y que estaba enojado porque ninguno de nosotros se ocupaba de él. Incluso amenazó con ahorcarse por eso”.
Esa amenaza la llevó a Valeria a avisar a la policía y con ello a apurar el allanamiento al campo. Cuando los agentes de la PDI llegaron José María no estaba y le pidieron a Valeria que lo llamara por teléfono. Lo hizo. El hombre estaba en casa de su pareja, en el casco urbano de General Lagos. Allí lo detuvieron casi en el mismo momento en que los restos de Elsa eran sacados del pozo. Los mismos restos que hace un año están en la morgue del Instituto Médico Legal mientras los hijos de la mujer esperan “que se realicen las pruebas que sean necesarias para comprobar el ADN y así recuperar a mi madre, ponerle un punto final a esta larga historia y hacer el duelo que aún no hemos hecho”.
Una historia que no obstante tiene otro capítulo por delante. El juicio al que deberá ser sometido José María Castro, hoy en prisión preventiva por el plazo de ley y que, según relató su hija, mató a Elsa con “un ladrillazo, luego la ahorcó, la descuartizó y la tiro al pozo donde cada tres días arrojaba materiales o algo para borrar todas las huellas necesarias para poder identificarla”.