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Gonzalo y los obstáculos afuera del agua

La vida de uno de los jóvenes que integran el grupo de nadadores de aguas abiertas Tiburones del Paraná, contada en primera persona. Tercera y última entrega.

Imagen de Gonzalo y los obstáculos afuera del agua

Sólo pensaba en nadar.

Después de esos tres meses en Cosquín volví a Arroyo. Era marzo de 2006. Mi madrina insistía en que yo debía alquilar una casa a cualquier precio. En ese viaje de vuelta se había puesto muy insistente con el tema del alquiler. Cuando llegamos faltaba un día para que yo volviera a nadar con los Tiburones en aguas abiertas.

Fue una tarde muy calurosa. Cuando llegué al río me encontré con Patricio. Me abrazó muy fuerte y me hizo reír, como siempre. Él siempre había estado presente durante mi estadía cordobesa. Él me llamaba para saber cómo andaba mi entrenamiento.

Esa experiencia en el río fue muy emotiva. Cuando me tiro al Paraná y comienzo a nadar, el sol me pegaba en los ojos. Estuve llorando 40 minutos. Entre brazada y brazada, cuando sacaba la cabeza para respirar, la veía a ella, veía a mi madre.

Al llegar a la orilla me sacan del agua Patricio y mi mamá del corazón que todavía era la mamá de mi mejor amigo. Nos abrazamos. Y hasta ahí llegó el gobernador de Santa Fe, Jorge Obeid. Me dijo mirándome a los ojos: “Vos no estás solo, yo te voy a ayudar”.

Después de la prueba volví a vivir a Arroyo en una casa precaria, que se venía abajo. Yo estaba en estado de abandono. Algunos vecinos de la ciudad me vieron. Una tarde Carolina, la novia de Alfonzo, mi mejor amigo, me encuentra. Carolina le cuenta a Alfonzo y me van a buscar. Me llevan caminando hasta su casa, era la una de la mañana.

Cuando llego, Patricia, la mamá de mi mejor amigo, me estaba esperando. Cuando cruzo la puerta, me abraza. Yo hacía cuatro días que no comía ni me bañaba. Estaba sucio, tenía olor y el pelo muy largo. Las uñas llenas de tierra, un estaba deplorable.

Apenas me vio Patricia me dijo: “andá a bañarte”.

Después de un baño eterno me esperaban una fuente de papás fritas y otra de milanesas. Me comí todo. Y nos quedamos hablando. Esa fue la primera de las tantas conversaciones que tuve con ella. Desde ese día nunca más me fui de la casa. Patricia es mi mamá del corazón. Alfonzo es mi hermano.

Mi familia del corazón es maravillosa. Sin ellos muchos de los sueños que tenía no se hubieran cumplido. Patricia es mi confidente, mi amiga, mi todo. Me conoce como si me hubiese parido. No cualquiera tiene dos madres. Ese es mi gran privilegio.

Si bien Alfonzo era mi mejor amigo, Patricia y Roxana no se conocían. Ellas se conocieron dos meses antes de la muerte de mi vieja. El 16 de septiembre, el día que cumplí 18.

La noche de la celebración entregué 18 botellas de champagne a 18 personas que para mí eran especiales. Una botella fue para Patricia. Durante la fiesta tomé el micrófono y dije: “Es como mi segunda mamá, yo quiero que la mamá de Alfonzo se levante y venga, porque si bien aún no tuvimos mucho diálogo, ella abrió la puerta de su casa, me recibió y me brindó su amor”. Eso fue dos meses antes de que maten a mamá.

Mucho tiempo después del crimen, Patricia me contó de un encuentro que tuvo con mi mamá. Habían ido a pasear a mis cuatro perros a un campo: Pitu, Lula, Alba y Mancha, dos fox terrier, un callejero y un pointer.

Roxana le dijo: “Cuidá a Gonzalo. Te va a necesitar”.

Luego de dos años de convivencia con mi familia del corazón caí en una depresión terrible. Costaba estar en mi casa de forma inactiva. Me sentía un parásito. Una tarde suena el teléfono. Otra vez era Huerga.

- ¿Gonzalo, estás en tu casa?

- Sí.

- Te tengo que dar algo.

A las 19.00 llegó Patricio, golpeó la puerta, lo hice pasar y me dio una carpeta amarilla. En la primera hoja decía: “Mediante el siguiente decreto, declaro al señor Gonzalo Blazco empleado de planta permanente de la Administración Provincial de Impuestos de la sede de Arroyo Seco. Preséntese a trabajar.” Llevaba la firma del gobernador Jorge Obeid.

¡Trabajar! Una responsabilidad. Me costó mucho aprender, no sabía si estaba listo para poder hacerlo. Pero pude. Hasta el día de hoy sigo siendo empleado.

Mi discapacidad no me convierte en un héroe. Hago lo que hace cualquier persona. Porque hay 300 Tiburones más que nadan como yo en aguas abiertas. Porque trabajo y me pagan para hacerlo. ¿A cuántas personas se les murió la madre? No soy un ejemplo. Soy un rengo de andar sexy que se divierte con El Chavo y con los Simpson, que ama hacer radio y seguir a Abel Pintos a todos lados.

Soy como cualquier hijo de vecino: entro a las 8 de la mañana a trabajar. No soy un empleado cara de orto, trato de mostrarme como soy y me pagan para que brinde un servicio, para poder solucionar problemas de la gente.

Cuando vuelvo a casa, mamá me espera con el almuerzo y es el momento del diálogo. Hablamos de los chismes del barrio. A la noche cenamos en familia. Y se arman los debates políticos. Las noches de verano nos sentamos en la vereda.

En mi billetera tengo una sola foto.

Es la de Patricia, mi mamá del corazón. La llevo a todos lados. Nunca me puse a pensar por qué tengo esa foto ahí y no otra. Solo se dio así. Tal vez será porque Roxana tenía razón. Patricia me cuida todo el tiempo.

Fuente: Juan Mascardi / Rosario Plus

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