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Gonzalo y el bautismo con los Tiburones del Paraná

La vida de uno de los jóvenes que integran el grupo de nadadores de aguas abiertas Tiburones del Paraná, contada en primera persona. Segunda entrega de una historia en tres partes.

Imagen de Gonzalo y el bautismo con los Tiburones del Paraná

Patricio Huerga me ganó por cansancio. A la salida de mi entrenamiento me invitó a su casa, con una sonrisa gigante en el rostro. Y fui.

- Dale Patricio –lo apuré-. ¿Qué tenés para proponerme?

- ¿Te animás a entrenar con nosotros?

Esa misma tarde, después de ir a la casa de Patricio, fui a la pileta donde entrenaban. Yo caminaba por el borde de la pileta, medio perdido. En eso empiezan a aparecer los Tiburones, personas con discapacidad que nunca en mi vida había visto. ¿Qué hago acá?

No entendía nada y quería salir corriendo. Cuando estaba tratando de escapar, me abordó de frente Emiliano, que es un oso polar que mide como dos metros. Él tiene una especie de autismo y me abrazó. Como no habla, se expresa con gestos. El gesto fue el abrazo.

Mientras me abrazaba me corrió un escalofrío por el cuerpo y eso fue lo que hizo que me quede. Hace una década que soy Tiburón.

Los Tiburones del Paraná son unos locos de la guerra y yo me sumé a una locura. Somos personas con discapacidad que cruzamos el río Paraná nadando y que tuvimos dos proezas entre muchas: unir nadando Santa Fe con Arroyo Seco, 30 horas de nado ininterrumpido en sistemas de relevos y también unimos dos países: Argentina con Uruguay, desde Colón, Entre Ríos hasta Paysandú. Somos amigos que nadamos. Somos compinches. Personas que regalamos abrazos de agua, abrazos de alma.

 

El entrenamiento siempre es arduo e intenso. Tenés que nadar con camisetas, con patas de rana. Aprender a manejar la tensión cuando estás en el agua. Tenés que aprender a esperar al otro. Porque nuestros cruces son colectivos.

Algunos padres de los Tiburones dicen que Patricio es un extraterrestre. Él está rodeado por un equipo. El resto de los profesores están tan locos como él. Patricio es como mi viejo. Patricio me ayudó a que hoy esté vivo.

Mi abuela materna murió cuando tenía dos meses y con mamá quedamos solos en el mundo. Después de trabajar en el comedor de Córdoba la cuestión se puso dura y no tuvo alternativas, se dedicó de lleno a la prostitución.

Cuando yo tenía 6 o 7 años, Roxana, mi vieja, eligió como destino Arroyo Seco a través de un fiolo que regenteaba el Molino Rojo, un prostíbulo enclavado en General Lagos, un paraje cercano a Arroyo en la provincia de Santa Fe. En Arroyo no teníamos parientes ni amigos. El nexo fue Jorge, el fiolo

Mi mamá trabajó en la prostitución para que yo tenga una buena calidad de vida. En esos años ella conoció a una persona que supuestamente era su pareja. Se llamaba Oscar. Él nos ayudaba económicamente pero no convivía con nosotros. Oscar vivía en Buenos Aires y nosotros en Arroyo Seco, a 270 kilómetros de distancia.

En el 2005 la cosa se pone complicada. A Oscar le roban un camión valuado en 500 mil dólares que era de su propiedad, mientras, mamá toma una decisión sabia: sólo se dedica a atender a muy pocas personas: clientes exclusivos.

El 21 de noviembre del 2005 Oscar llama por teléfono y deciden encontrarse con mamá. Mamá se va a las siete de la tarde.

- Gonza, vuelvo a las doce de la noche.

- Okey. Te espero. Cuido a los perros.

A las doce de la noche mamá llama por teléfono.

- Gonza, no voy a volver hasta las siete de la mañana. Estamos con Oscar en la estación de servicio Shell en la autopista.

A eso de las dos de la mañana quise llamarla. Fue un impulso. Levanté el tubo del teléfono pero cuando estuve por marcar, me dije ‘no’. El tiempo pasó. Llegaron las 8 de la mañana y mamá no volvió.

Yo recién ahí me fui a dormir. Me desperté a la una de la tarde. Fui a revisar la casa y estaba todo tal cual como la había dejado, los perros en su lugar, las cosas en su lugar. Se me ocurrió llamar a la mejor amiga de mi madre: Ana.

- Quedáte tranquilo, voy para allá

Llega Ana. Me tira una bomba

- Tu mamá está internada en el Hospital de Emergencias de Rosario. No podés ir a verla porque está en terapia intensiva.

En ese instante llega a mi casa mi mejor amigo y me lleva hasta su casa, que ahora es mi casa. Ahí estoy desde las cuatro de la tarde hasta las ocho. Mientras, otra vez el teléfono. Llama Patricio Huerga.

- Gonza, te quiero ver.

Con mi mejor amigo y su madre vamos hasta mi casa. Ocho cuadras con una idea fija. Cuando llego veo que hay un montón de gente entre ellos Patricio y un médico pediatra.

Me acerco hasta donde está Ana

- ¿Ana, mamá está muerta?

Ana no responde

Vuelvo a preguntar

- ¿Ana, mamá está muerta?

- Sí.

Aún hoy tengo el llanto de mi mejor amigo -que hoy es mi hermano- en la nuca.

Yo no derramé ni una lágrima.

- ¿Y Oscar?

- Oscar le pegó un tiro en la cabeza y luego se suicidó.

Aún conservo la crónica del diario La Capital de Rosario:

Los primeros agentes que llegaron al lugar encontraron los cuerpos en la cabina del camión (…) Ambos estaban acostados en la cucheta ubicada detrás de los asientos, desnudos y abrazados. Fuentes policiales señalaron que las dos muertes ocurrieron como consecuencias de disparos de un arma de fuego”.

Estaba en una nube.

Después del velatorio, después de hacer todos los papeles, vinieron familiares de Córdoba, me decían que yo iba a hacer lo que quisiera.

De todo lo que prometieron no cumplieron nada. Me llevaron a Cosquín y pasé los tres meses más difíciles de mi vida. Me querían hacer pasar por loco, internarme en un psiquiátrico y quedarse con mis bienes: mi casa, mi auto. Me pasearon por cientos de brujas y curanderos intentando quebrar mi psicología. Ahí fue donde pensé, por primera vez, en matarme. Faltaba un mes para una nueva prueba en aguas abiertas de los Tiburones. En ese momento una persona me consigue un arma. Yo le dije que la quería para practicar tiro.

El arma llegó una tarde. A la una de la mañana me fui de la casa de mi madrina a la casa que había comprado mi madre en Cosquín. La casa daba a las sierras y todas las noches las contemplaba. Pero esa noche me quedé adentro, me senté en un sillón, me apoyé el arma en la sien y cuando quise apretar el gatillo apareció la imagen de mamá.

Roxana cruzada de brazos. Mirándome.

Tiré el arma y me desgarré. Lloré.

Fuente: Juan Mascardi / Rosario Plus

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