Adriana Arias, psicóloga, sexóloga y especialista en erótica femenina, reflexiona sobre una situación casi cotidiana, que inquieta a la mayoría: el despliegue del deseo en el "laburo". Por qué ocurre y cómo devolver esos fuegos a la pareja.
Es habitual encontrarnos con la pregunta sobre las causas del despliegue erótico en el territorio laboral o profesional. ¿Por qué las trampas son frecuentes en el trabajo?, nos preguntamos. Estemos de un lado (¿víctimas?) o del otro (¿infieles?), el tema siempre inquieta... El asunto de los "ratones" alrededor del tema es un hecho innegable, ya se trate de "él", nuestro varón (y las múltiples fantasías, celos y paranoias que nos dispara su comportamiento en el laburo), o se trate de nosotras y nuestros deslices culposos con nuestros cómplices cotidianos.
Algunas referencias "eruditas" al respecto:
* El erotismo tiene como característica esencial la inclinación hacia el misterio, lo no anticipable, lo no esperable, lo incierto. Se lleva pésimo con la rutina, lo estable, lo seguro. Adora la complicidad y el misterio. Se engolosina cuando le permitimos jugar con la imaginación, la creatividad, lo lúdico. Se lleva bárbaro con la transgresión y la ruptura de mandatos y normas. Aborrece lo estructurado y lo sistemático. Su mística se mueve a sus anchas en toda situación donde el cortejo y la seducción lo habite.
* En nuestro día a día, el espacio de lo laboral cuenta con muchas de estas posibilidades, agregando además que permite asegurar el resguardo de la intimidad, el sentido de lo propio. No nos exige exposición, no requiere que ocupemos más tiempo en la búsqueda de intensidades y nos da la confianza de estar entre pares, iguales, amigos.
Lo llamativo es que todo aquello que desarrollamos en esta zona lo retiramos del área de lo privado. De hecho, nos arreglamos para ir a trabajar, nos maquillamos y perfumamos y ensanchamos nuestros mejores recursos, mientras que en casa nos aburguesamos, nos desatendemos, nos desalineamos y nos abandonamos.
El espacio de lo privado, de este modo, se torna rutinario y aburrido. Llegamos a casa, más o menos todos los días ocurre lo mismo, no hay sorpresas, no hay misterio.
En nuestra pareja tenemos seguridad, estructura, solidez, amor anticipado, tenemos el aval de la sociedad que nos sostiene en el formato adecuado, lo correcto, lo que está bien. Ocurre entonces que, en un giro argumentativo, usamos estas razones para explicar nuestra necesidad de "poner afuera" nuestras mejores cosas.
Vale entonces ampliar el interrogante:
¿Cómo insertar los valores del erotismo en el espacio elegido, en la pareja de amor?
¿Cómo incluir la transgresión, la ruptura de lo establecido en nuestro sólido matrimonio?
¿Cómo abrirle las puertas a nuestra abandonada seducción en un vínculo que se supone y se sabe y se espera cierto y eterno?
La respuesta no es sencilla. Se hace difícil aceptar que cuando logramos la comodidad del amor confirmado y deseamos un proyecto de vida junto al otro, la amenaza de la disociación entre el amor y el erotismo se haga presente y se instale en el vínculo. Nos resistimos, una vez que nos habíamos relajado, a volver a "arremangarnos" para laburar en la pareja.
Sin embargo de eso se trata. El erotismo no es lineal. No camina paso a paso hacia un final feliz. El erotismo necesita inquietarse, saberse en búsqueda, estar para no permanecer. ¡Qué complicación! ¿No? Sí, no es fácil. Pero, por lo pronto, algunos consejos:
* Aceptemos que el erotismo le pertenece a cada sujeto. Siempre es, ante todo, autoerótico, y no es propiedad de la pareja.
* No nos apoltronemos en la certeza de la pareja elegida. Toleremos la duda, juguemos con ella para atrapar la confianza cada día, cada vez.
* Descartemos al máximo los pudores y represiones que puedan haberse instalado en el vínculo. Esto es más simple de lo que pensamos. Con sólo hacer un espejo de lo que sí podemos permitirnos en el afuera y trasladarlo a nuestra intimidad le abriremos el camino al erotismo reprimido.
* Y, por último, imaginemos a nuestro partenaire como aquel otro que puede ser deseado y estimulado eróticamente del mismo modo que nosotros lo hacemos con otros u otros lo hacen con nosotros.
Somos los mismos. Los mismos que al entrar en la oficina recibimos las miradas deseantes de otros. Otros que como nosotros retiraron esa mirada de su pareja. Pareja que puede ser, perfectamente, ese o esa que ahora estamos mirando con deseo.
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