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¿Por qué las penitencias y los retos ya no funcionan?

Las recetas a la hora de poner límites en la crianza de los niños sobran. Una especialista le brindó a Infobae la manera más exitosa para lograrlo.

Foto: Imagen Ilustrativa

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"Eso no se hace porque lo digo yo que soy tu madre", "no porque no", "si no me hacés caso, vas a ir a pensar a tu cuarto". ¿A quién no le resultan familiares esos retos? Tanto por haberlos recibido en la infancia como por descubrirse diciéndolo a un hijo.

Frases como las anteriores son casi tan habituales como las del tipo "me cuesta poner límites a mi hijo", "a este chico le faltan límites".

Pero, ¿cuál es la mejor manera de lograrlo sin desgarrarse la garganta gritando todo el día ni caer en los odiados castigos o penitencias? ¿Es lo mismo imponer límites que informarlos?

Muchas preguntas juntas. Sí. Pero casi que de eso se trata la maternidad/paternidad. Abundan los interrogantes y las dudas acerca de si se está haciendo lo correcto y escasean las certezas.

Para comenzar, es bueno entender que los límites son necesarios porque contienen, dan seguridad, marcan roles, enseñan lo que se puede y lo que no, a nivel micro en cada hogar, a nivel macro en la sociedad. Poner límites es importante para la estructura de cada individuo, pero estos no deberían ser caprichosos ni responder exclusivamente a las necesidades personales de los adultos.

Según apuntó la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247), "hay estudios que afirman que los 'no' son realmente comprendidos por el niño a partir de los tres años". Es que entender el "no" es un proceso, una construcción y antes de esa edad hay que ir marcando lo que sí o lo que no se puede hacer. "Ir mostrando mediante afirmaciones como 'esto sí, y esto no' y, por ejemplo, quitar ese objeto, cambiar de lugar, etc. -recomendó-. No sucede por arte magia, es un trabajo que se va haciendo desde recién nacidos".

Para la especialista en maternidad y crianza, la primera vez que el bebé muerde el pezón de la madre y ésta le dice "así no, me dolió" y saca el pecho es un "no" fundante. Y en ese sentido, destacó que "es necesario que los 'no' estén presentes desde antes de los tres años, aunque recién allí el niño pueda entenderlo del mismo modo que el adulto".

De todos modos, decir "no", no debe ser la única manera de poner límites.

"La forma más respetuosa de poner límites es con empatía y diálogo, comprendiendo los sentimientos de frustración que cada 'no' va a generar y poner en palabras aquello que está sucediendo. Los niños deben sentirse comprendidos y saber que eso que les pasa es importante", remarcó Ruda, para quien "los 'no' no deberían ser arbitrarios".

El adulto tiende a ser "caprichoso" a la hora de poner límites; esto es que muchas veces las limitaciones responden más a intereses personales que a "educar" a los hijos. Sin querer trata de que el niño se adapte al mundo adulto y, en nada, el adulto al mundo del niño. Con lo cual muchas veces es sólo una guerra de intereses donde, obviamente, gana el más "poderoso".

Así, cuanto más se pueda explicar, mejor. "Tampoco con diálogos eternos porque el niño no comprenderá todo ni tiene la capacidad de atención para semejante explicación, pero sí es necesario que entiendan por qué se les dice lo que se dice aunque ellos no estén de acuerdo", refirió, al tiempo que insistió: "En ese punto, no pretendemos que estén de acuerdo sino que interioricen determinado límite".

Ahora, ¿cómo se maneja el respeto por la individualidad del niño a la hora de poner límites si de lo que se trata es de evitar que se haga daño? Ante esa consulta, Ruda desarrolló: "Determinadas situaciones como "dedos en el enchufe" o "mano en el horno caliente" se explican de igual manera. Incluso se le puede habilitar a tocar rápidamente el horno para que sepa que verdaderamente está caliente. Es importante que a la hora de transmitir estos límites los adultos sean también consecuentes de manera que el niño comprenda que no se trata de 'vos no, pero yo sí'. Nadie abre la heladera descalzo ni toca el horno caliente. Hay que encontrar la manera de explicarles la causa por la que esto sería así".

Ponerse en el lugar del otro, casi siempre funciona

Aquello del "placer de lo prohibido" aplica a la niñez también. De esta manera, cuantos más "no" se le digan a una criatura, más ganas de hacer eso generará en ellos.

Hay límites que se imponen por la sociedad misma. En determinados lugares no se puede hacer ruido, o a una edad hay que ir al colegio. "Los padres tienen la obligación de informar a sus hijos sobre los límites para que puedan luego vivir en sociedad. Pero también hay que saber que en determinadas edades los niños naturalmente quieren hacer cosas y el adulto se las prohíbe 'porque sí' -subrayó Ruda-. Por ejemplo, ir a comer afuera con un niño de dos años implica saber que el niño no va a quedarse sentado más de determinada cantidad de tiempo compartiendo la mesa y probablemente un adulto deba estar casi todo el tiempo caminando por el restaurante. Hay que tener en claro entonces que si se quiere salir a comer con un niño de esa edad, habrá que ser flexible en este punto porque es algo que aún ese niño no es capaz de hacer".

En situaciones como la anterior, es el adulto quien debe adaptarse al niño, y eso no significa que el "niño manda"; es entender que a determinada edad ciertos límites son impuestos en contra de lo que el instinto manda.

Del mismo modo, "hay edades en las que se pretende que los niños ordenen, o no revoleen cosas, cuando en realidad están en un momento de exploración y quieren ver qué ruido hace el objeto que tiran al piso".

Sobre el rol que juegan las penitencias, la especialista consideró que "en general no funcionan". En primera instancia, porque un niño enojado o en pleno berrinche no tiene la capacidad de "ir a pensar", como tampoco la tiene un niño de dos años.

"Sí tienen que saber que determinada situación tiene una consecuencia, pero es normal y esperable que ellos repitan luego la 'transgresión' porque en realidad no siempre lo hacen por transgredir, sino que muchas de sus conductas son instintivas y no las van dejar de hacer porque se los castigue", aseguró Ruda, quien agregó: "Tampoco entienden en ese momento lo que es pedir perdón, sin embargo esto no quiere decir que no haya que enseñarles, pero castigarlos no es la manera de aprender, menos aún cuando esa penitencia es dejarlo aislado en otro ambiente".

Consejos finales y ejemplos para tener en cuenta

Tras asegurar que "sostener los límites es lo más difícil ya que los niños son perseverantes, bastante tiranos en ocasiones, y donde encuentren la fisura entran como el agua", Ruda remarcó que "también es cierto que para interiorizar un límite, o alguna situación, es necesaria la repetición".

Por esto, es común escuchar a un padre diciendo "cuántas veces te lo tengo que decir", como si siempre (a veces sí están ellos probando nuestro "hasta dónde") las cosas se aprendieran de una sola vez.

Las rutinas también ayudan a poner límites, a organizar, a que los chicos puedan sentirse seguros anticipando lo que viene. Así, sosteniendo algunas órdenes, algunas situaciones se manejan con mayor facilidad y ellos ya saben que "después de bañarse es hora de ir a dormir", por ejemplo.

Cuando la especialista planteó la necesidad de diálogo, no se trata de dar explicaciones justificando sino explicando los motivos. "Dijimos una vuelta más en calesita y nos vamos, ya pasó la vuelta. Entiendo que quieras otras pero ya nos tenemos que ir". Y sostener lo dicho es lo más importante de los límites.

-Es mejor facilitar algunas situaciones para que pierdan el interés. "¿Querés los imanes de la heladera? Bueno, te doy estos dos y los pegamos donde quieras".

-El castigo no cambiará la conducta. En tal caso se le podría decir "bueno, como tenés muchas ganas de morder y eso a tu amigo le duele y no le gusta, te ofrezco este objeto para que muerdas" o "este almohadón para que le pegues".

Fuente: IB / SM

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