Después de 36 años el Monumento Nacional a la Bandera se volvió a convertir en el epicentro de la fiesta y la euforia rosarina por el triunfo de la Selección argentina en la Copa del Mundo. Sin dudas, no habrá quien no guarde en su memoria esta celebración albiceleste. Lo mismo se repitió en Pichincha, en Pellegrini y en la mayoría de los barrios rosarinos: los vecinos coparon las calles para celebrar. Según datos oficiales, en el Monumento había unas 70 mil personas.
Julián Vargas y su hermana Luzmila llegaron caminando desde bulevar Segui y Oroño (barrio Itatí) hasta el Monumento para celebrar el triunfo. Se fueron caminando. “No pasaban los colectivos y no nos queríamos perder los festejos”, contaron los hermanos que estaban con un grupo de amigos sobre calle Córdoba, intentando llegar al Monumento.
Colapso
Ayer todo colapsó. Apenas terminó el partido, los hinchas empezaron a dirigirse hacia el Monumento, pero pasadas las 19, seguía llegando gente. No se podía caminar por calle Santa Fe y tampoco por Córdoba. El ingreso por el pasaje Juramento era a paso de hormiga. Y lo mismo sucedió sobre avenida Belgrano, donde los autos no podían avanzar.
Sobre el mástil mayor del Monumento no cabía un alfiler, pero tampoco era posible ingresar al patio cívico. La entrada al propileo también era una fiesta, y es que como no se podía ingresar al Monumento, en los distintos sectores se armó la fiesta. La gente cantaba, bailaba y se alternaban los distintos cantos que se escucharon a lo largo del Mundial Qatar 2022 alentando a la Selección.
Sobre un costado, haciendo sonar bien fuerte una vuvuzela estaba Daniela González. Ella llegó al Monumento desde la Terminal de Omnibus para celebrar. La mujer vio todos los partidos en la estación de colectivos porque hace pocos meses se le rompió el televisor, y como vive cerca decidió vivirlo en la Terminal. “Fue una experiencia única, se generó algo especial porque terminamos abrazando a gente que no conocía y tampoco voy a volver a ver”, contó la mujer.
“El partido fue un sufrimiento terrible, pero también fue hermoso. Me acordé de la final de Italia 90, pero, gracias a Dios, esta vez terminó distinto. Había gente que lo vio de rodillas rezando, otros que no quisieron ver los penales. Nos lloramos todo y también lo celebramos”, dijo contenta quien compartió la final con los trabajadores de la Terminal y con pasajeros que llegaron a la ciudad y se quedaron allí para ver el enfrentamiento contra Francia.
Los relatos se veían interrumpidos por los cantos. Ayer se escuchó muchas veces y bien fuerte uno que antes no había aparecido: “Dale campeón, dale campeón” y con razón, esta vez se podía cantar sin partidos pendientes, con la seguridad de tener la copa en la mano.
En familia
En otro sector, Marcelo Roldán y Elizabet Tonabene cantaban y bailaban. El con la camiseta de Newell’s y ella con su pequeño hijo en brazos. A su lado la cuñada con la vuvuzela y su hija de siete años miraban el espectáculo.
“Venimos desde Villa Urquiza. Vinimos en familia y le agradecemos a Scaloni y a Lionel. Vimos el partido con muchos nervios y ahora disfrutando de todo esto que es hermoso”, manifestó Marcelo mientras a su lado cantaban “y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta, es un inglés”. En tanto, Elizabeth contó que tuvo ganas de llorar de tristeza en medio del partido, cuando Francia metió el segundo gol, pero después tuvo la gran alegría de festejar. “Confié en la Selección y nos dio una alegría, algo que nos hacía falta a los argentinos. Esto hay que disfrutarlo”, expresó feliz.
Gran parte de los que celebraron ayer en el Monumento no habían vivido un festejo así, era la primera vez que veían a una Selección de casaca albiceleste levantar la Copa del Mundo.
Valientes
No fue el caso de Heraldo Romellio, de 83 años, que ayer no se quiso perder los festejos en el Monumento. Fue acompañado por su nieta desde barrio Matheu. “Esto es una emoción muy grande”, expresó el hombre mientras se secaba las lágrimas.
Recordó aquel Mundial de 1978, cuando Argentina jugó en la cancha de Rosario Central, y como también todos los rosarinos salieron a la calle para festejar el triunfo. “Esto es hermoso, esto es pasión pura, es la familia, son los amigos, es todo alegría”, continuó. El hombre vio el partido y lo sufrió también. Lo calificó de “muy bueno” y confesó que le rezó a la Virgen de la Candelaria para que Argentina gane, y agregó: “Sé que Dios nos ayudó, de eso estoy seguro”, concluyó.
En otro sector festejaban Luisa Cavanagh, de 25 años, y Pablo Perone, de 24. Los dos del centro, habían llegado al Monumento luego de ver el partido con amigos. Contaron que mantuvieron varias cábalas, pero ayer por sobre todo le rezaron a San Expedito y funcionó.
Mientras tanto, una multitud intentaba seguir avanzando hasta el Monumento por las distintas arterias totalmente colapsadas y entonces se armaban bailecitos y cantos en cada sector.
El himno de todos
De pronto, en el amplio patio que se encuentra en el ingreso al propileo, Santiago Pérez, con su trompeta, tocó los primeros acordes del himno nacional argentino. Eso solo bastó para que quienes se encontraban en ese sector comenzaran a cantar y a vocear, con emoción, las estrofas del himno que terminaron saltando al compás de los redoblantes. Fue un momento más que emocionante donde se revivió el sufrimiento y la victoria de la Selección en Qatar.
Santiago tiene una banda con dos amigos. El toca la trompeta, otro el redoblante y otro el tambor. Los tres fueron al Monumento en todos los partidos que ganó Argentina y ayer tampoco lo dudaron. Una señora con una cacerola acompañó el ritmo del redoblante y un grupo de amigos que llevó una bandera argentina bien larga también lo hizo desplegando al máximo la celeste y blanca.
En ese festejo se unieron familias con abuelos, algunos fueron hasta con la silla de ruedas, y niños de todas las edades incluso bebés. También los amigos se juntaron para celebrar.
Muchos transportaban heladeritas, otros iban cargados de latas de cerveza, fernet y vino en cajita. Algunos bebieron de más y se armó más de una refriega que los mismos compañeros pudieron detener.
Marcela Leguizamón y Raquél Zacarías, dos amigas que se adornaron el rostro con glitters celeste y blanco, contaron que dejaron a sus maridos y a sus hijos y se fueron a festejar. “Hicimos dedo y nos subimos a una chata que nos dejó cerca porque no pasaba ningún colectivo”, contaron mientras saltaban al ritmo de los cantos de cancha mundialista.
“Esto es una alegría muy grande que tenemos que festejar”, repetían mientras señalaban la cantidad de gente que las rodeaba con banderas, cornetas y hasta con caretas de Messi.
Los mismos colores, los mismos sentimientos, la misma alegría lograda por 11 jugadores en el otro extremo del mundo hicieron que los argentinos celebraran unidos por la misma causa.
Eso se vio ayer en el Monumento: la euforia, los cantos de victoria, la alegría plena de saberse campeones del mundo y de haberlo logrado con mucho sufrimiento, con mucho trabajo y con un equipo de primera categoría tanto en lo futbolístico como en lo humano, que sin dudas lo demostró una vez más ayer en Qatar.
Nadie podrá olvidar el día que se vivió ayer en la ciudad, cuando los rosarinos se vistieron con la celeste y blanca y salieron a festejar. No hubo bocinazos de bronca, todos eran de celebración y los vecinos salieron a los balcones, pero no para quejarse, sino para unirse a una multitud de fiesta.