El estrés diario y los inconvenientes propios del trabajo pueden perjudicar la intimidad con nuestro compañero de vida. ¿Cómo evitar que nos afecte?
Todos sabemos cómo influyen las preocupaciones en la vida sexual: la cama se constituye entonces en un espacio de conflicto, de dudas, o simplemente de indiferencia. La incomunicación agrega la cuota de distanciamiento de la pareja dejando que los problemas se asienten en el medio. En otros casos, no son precisamente los conflictos los que impiden el contacto sexual: convertir el espacio de encuentro en una oficina nocturna tiene las mismas consecuencias que los desvelos de otra índole.
Hombres y mujeres suelen llevar a la cama, papeles, computadoras o material de escritorio, con la intención de acelerar una tarea pendiente, o, lo que es más nocivo para la pareja, reemplazar el tiempo y la oportunidad del encuentro -muchas veces la única durante el día- por actividades laborales. Los argumentos son varios: "Me presionan para que entregue el trabajo"; "Es el único momento que tengo para buscar información"; "A esta hora estoy más tranquilo y me concentro mejor"; "No tengo tiempo durante el día para responder tantos mensajes y lo hago de noche".
En todos los casos, existe un estado de ansiedad que subyace, además de un sinnúmero de justificaciones y excusas que la acompañan. La ansiedad se cuela en la vida humana impidiendo establecer prioridades, ser objetivos y cuidadosos con la propia vida y la ajena. La incertidumbre mata la tranquilidad personal y la vida de relación.
Creemos que si no cumplimos con el trabajo en tiempo y forma estamos en riesgo de perderlo, o nos exigimos de tal manera como si el jefe, el gerente o el capataz estuvieran junto a la cama dictaminando, o felicitándonos por la eficiencia incondicional. Y no sólo perdemos espacios de sosiego y placer que deberían ser destinados al descanso, a la recreación o a reencontrarnos en el amor y el sexo: también dejamos que se instale una costumbre, una nueva forma de rutina.
El trabajo como defensa
En otros casos, el trabajo en la cama es una verdadera defensa que encubre miedos a la comunicación y al contacto sexual. La coartada del dolor de cabeza o el cansancio ya no es suficiente o ha sido cuestionada. Se hace necesario encontrar nuevas disculpas: extender la oficina a la cama suele ser la ideal.
Es posible que la persona esté preocupada por algún problema sexual que le haya ocurrido en algún momento y tema que se repita. Los hombres son más sensibles al "miedo a fallar" cuando han tenido algún inconveniente previo, aunque sea una única vez.
Las mujeres son más susceptibles a la disminución del deseo o cuando el contacto sexual se ha vuelto rutinario, falto de intensidad y de novedad en la propuesta amorosa. Se instala la rutina y la incomunicación. Los espacios vacíos, aquellos que deberían ser llenados por el diálogo franco, son completados por acciones o falsas justificaciones.
La soledad protege
No sólo las parejas niegan los problemas de relación, reemplazándolos por trabajo a la hora de estar juntos, sino que también lo hacen las personas que viven solas. Muchas mujeres -y hombres- se recluyen en sus espacios con el fin de no exponerse a conquistas vanas, con mucha labia y poco compromiso. La soledad actúa como una defensa. La casa o el departamento se han vuelto territorios de protección ante las frustraciones amorosas.
Para estas personas, nada más cierto que "mejor estar solo que mal acompañado". El trabajo y la tecnología ocupan el lugar de la vida social y amorosa. Las redes sociales crean la ilusión de estar contacto con amigos y candidatos virtuales. Parecería que el encuentro cara a cara, el compromiso afectivo, la comunicación honesta y la concreción de un proyecto de pareja fueran ideales cada vez más lejanos.
Por el Dr. Walter Ghedin, médico psiquiatra y psicoterapeuta.
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