El fenómeno preocupa a padres, jóvenes y expertos de todo el mundo: las redes como nuevo ámbito de socialización y la "adicción" al autoflagelo.
Los jóvenes de hoy -que transitan o transitaron su infancia, pubertad y adolescencia en los primeros años del milenio- tienen la reputación de ser "más frágiles", menos resistentes a ciertas emociones y de vivir más abrumados por la vida que sus padres. Sin embargo, numerosos especialistas señalaron que este panorama es el resultado de un momento emocional angustiante que muchos jóvenes atraviesan actualmente. La ansiedad y la depresión en niños y adolescentes han ido en aumento desde 2012, después de varios años de aparente estabilidad, como un fenómeno que afecta a toda una generación sin distinción de edad, género o clase social.
Se aíslan, se recluyen dentro de sus identidades ficticias en las redes sociales, o simplemente aparentan estar bien y, por dentro, sufren por la presión que sienten respecto a sus notas, su futuro, su aspecto físico o sus relaciones con una pareja, amigos y familia. En casos más extremos, algunos jóvenes incluso se autoinfligen heridas superficiales como una manifestación secreta y compulsiva del tormento que sufren.
La autolesión, que es para muchos adolescentes un escape momentáneo de la ansiedad contra la que luchan constantemente, es quizás el síntoma más inquietante de un problema psicológico más amplio: una "epidemia" de angustia y depresión que impacta y afecta directamente a la generación de los adolescentes de principios del siglo XXI.
Tan creciente y alarmante es la preocupación por esta realidad que la revista TIME dedicó su última portada al tema. Según indican en su artículo, sólo en Estados Unidos en 2015, alrededor de 3 millones de adolescentes entre 12 y 17 años tuvieron al menos un episodio depresivo grave en el último año, según el Departamento de Salud y Servicios Humanos nacional. Más de 2 millones reportaron experimentar una depresión que perjudica su vida diaria y alrededor del 30 por ciento de las niñas y el 20 por ciento de los niños tuvieron algún tipo de trastorno de ansiedad. Mientras que las niñas parecen más propensas a participar en este comportamiento, los niños no son inmunes: hasta el 30 y el 40 por ciento de los que alguna vez se autoflagelaron son varones.
Lo que preocupa a los expertos en primer lugar es que, de este número, sólo el 20 por ciento de los jóvenes con un trastorno de ansiedad diagnosticable recibe tratamiento y que, por otro lado, también es difícil cuantificar los comportamientos relacionados con la depresión y la ansiedad con actitudes suicidas y autolesiones, porque estos son especialmente secretos y muchas veces son difíciles de detectar para el propio círculo íntimo del joven. Por este motivo, el desafío para ellos es encontrar la manera de ayudarlos a través de la comprensión del contexto donde surge este drama.
Todos los estudios en este sentido destacan que quienes sufren de estos trastornos son la generación que creció luego del atentado a las Torres Gemelas, criados en una época de gran inseguridad económica, donde el terrorismo y los episodios violentos son moneda corriente y donde, en medio de un mundo en completo caos, fueron testigos de cómo la tecnología y los medios sociales transformaron la sociedad.
"Si el objetivo era crear un entorno realmente angustioso, lo hemos logrado", dijo Janis Whitlock, directora de un programa de investigación de la Universidad de Cornell sobre la autoflagelación y la recuperación. Si bien muchos adjudican este trastorno a los padres, los dilemas de crianza del nuevo tiempo y el estrés que produce en los jóvenes el sistema educativo actual, Whitlock señaló que no cree que esas sean las causas de esta epidemia. "Es que los jóvenes están dentro de un caldero de estímulos del que no pueden, no quieren o no saben cómo alejarse", señaló.
Todos los expertos parecen coincidir en que ser un adolescente hoy en día es tener un "trabajo a tiempo completo" que incluye el esfuerzo escolar, la gestión de una identidad social virtual en redes sociales (que podría ser especialmente estresante y angustiante) y preocuparse por su carrera, el cambio climático, el sexismo, el racismo y lo que sea que la sociedad les imponga. Es la generación que casi en su totalidad no puede escapar de sus problemas en absoluto.
Es difícil para muchos adultos comprender cuánto de la vida emocional de los adolescentes se vive dentro de las pequeñas pantallas de sus teléfonos. Sin embargo, un informe especial de la CNN en 2015 llevado a cabo con investigadores de la Universidad de California y la Universidad de Texas examinó el uso de redes sociales en más de 200 jóvenes de 13 años de edad y descubrió que "no hay una línea clara para los jóvenes que divida el mundo real y el mundo en línea". Esta hiperconectividad que ahora se extiende por todas partes los sobreexpone a los jóvenes y los sumerge en un mundo donde no saben cómo comportarse correctamente, donde la imagen que desean dar los limita y los presiona.
Otro de los componentes que juegan un rol fundamental en esta problemática, según los expertos, es el sistema educativo. La persecución de calificaciones específicas, la necesidad de "ser alguien" y hacer carrera transfirió la presión que antes ponían los padres sobre los hijos a una presión autoimpuesta por los adolescentes. "La competitividad y la falta de claridad acerca de dónde van las cosas económicamente han creado una sensación de estrés real en los jóvenes", señaló Víctor Schwartz, miembro de la Fundación Jed, una organización sin fines de lucro estadounidense que trabaja con colegios y universidades en programas y servicios de salud mental. Mientras tanto, la evidencia existente sugiere que la ansiedad provocada por las presiones de la escuela y la tecnología está afectando a los niños más pequeños y más jóvenes.
Muchos críticos de los métodos de crianza actuales señalaron que los niños de hoy están "sobre-supervisados" pero, sin embargo, los adolescentes pueden estar en la misma habitación que sus padres y estar también, gracias a sus teléfonos, sumergidos en un enredo emocional doloroso que expresan por las redes sociales. Sin que nadie lo note, los jóvenes pueden estar viendo la vida de otras personas en Instagram mientras desean en secreto ser algo que no son o pueden estar inmersos en una discusión sobre el suicidio con gente en la otra punta del planeta.
En el estudio de la cadena CNN, los investigadores descubrieron que incluso cuando los padres hacen todo lo posible para controlar el Instagram de sus hijos, Twitter y Facebook, lo más probable es que sean incapaces de reconocer los desaires sutiles y las exclusiones sociales que están causando dolor a sus niños.
La "adicción" al autoflagelo
Para algunos padres que descubren que su hijo estuvo severamente deprimido sin que ellos lo notaran o que llegó a lastimarse a sí mismo, el descubrimiento viene cargado de muchas culpas. El auto-flagelo no es universal entre los niños con depresión y ansiedad, pero sí parece ser el síntoma más visible de las dificultades de salud mental de esta generación.
Un estudio del Hospital de Niños de Seattle hizo un seguimiento a las personas que utilizan hashtags en Instagram para hablar de autolesión y descubrió un aumento espectacular de su uso en los últimos dos años. Los expertos recibieron 1,7 millones de resultados de búsqueda para "#selfharmmm" en 2014 y en 2015 el número fue de más de 2,4 millones.
El estudio académico de este comportamiento es incipiente, pero los investigadores están desarrollando una comprensión más profunda de cómo el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico de algunas personas que lo practican. Ese conocimiento puede ayudar a los expertos a entender mejor por qué puede ser difícil para algunas personas dejar de autoflagelarse una vez que empiezan.
Muchos creen incluso que hay un componente cultural en esa práctica. A partir de finales de 1990, el cuerpo se convirtió en una especie de cartelera para la autoexpresión, por ejemplo con los tatuajes y los piercings.
Algunos de los tratamientos para las autolesiones son similares a los de la adicción, sobre todo en el enfoque en la identificación de los problemas psicológicos que están causando la ansiedad y la depresión en el primer lugar y luego la enseñanza de otras formas saludables de lidiar con ellos.
Fadi Haddad, un psiquiatra que trabaja en el servicio de urgencias de psiquiatría para adolescentes en el Hospital Bellevue en Nueva York, dice que el mejor consejo para los padres que se enteran de que sus hijos están deprimidos o se hacen daño a sí mismos, la mejor respuesta primero es validar sus sentimientos. "No se enoje, ni intente castigarlos. Dígale 'Siento mucho que tengas este dolor. Estoy acá para vos'".
Este reconocimiento directo de sus luchas quita cualquier prejuicio, lo cual es crítico ya que las cuestiones de salud mental están todavía muy estigmatizadas. Ningún adolescente quiere ser visto como defectuoso o vulnerable y, para los padres, la idea de que su hijo se debilite por la depresión o ansiedad puede sentirse como un fracaso de su parte.
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