La historia de una herramienta que revolucionó el mercado.
Por Frank Christiansen (*) La fotocopiadora acaba de cumplir 75 años, pero su marcha triunfal parece haber terminado. En los países industrializados, las cifras de ventas de las fotocopiadoras para oficinas están cayendo. Casi ya no se fabrican fotocopiadoras. Sin embargo, su tecnología sigue viviendo en las modernas impresoras digitales.
La empresa Xerox, que en sus inicios se llamaba Haloid, fue la primera en lanzar al mercado la primera fotocopiadora del mundo. Pero hoy, una portavoz de la compañía dice: "La fotocopiadora pura ya no forma parte de nuestro surtido". El aparato está desechado.
El principal enemigo de la fotocopiadora es la digitalización, o para ser más preciso, el formato de documento portátil (PDF, en sus siglas en inglés) y el archivado digital. Los dispositivos de salida además tienen como efecto que muchos documentos ya no se imprimen. Sin papel, enviado en pocos segundos al mundo entero y, además, reproducido: el inventor de la fotocopiadora, Chester Carlson (1906-1968), no podría haberlo imaginado cuando le hizo un gran favor al mundo.
El 22 de octubre de 1938, Carlson, un físico y agente de patentes, logró hacer la primera imagen electrofotográfica. Este procedimiento permitió por primera vez en el mundo copiar caracteres por la vía electrostática. Carlson dio a su invento el nombre de xerografía, compuesto por las palabras griegas "xeros" (seco) y "graphein" (escribir).
La fecha del invento en grafía estadounidense adornaba la primera copia: "10-22-38 ASTORIA". Carlson sentó así las bases de un mercado con un volumen que ya ha alcanzado los 600.000 millones de dólares (unos 440.000 millones de euros). Con su procedimiento se han fotocopiado hasta ahora con creces cuatro trillones de páginas.
Según un estudio, tan sólo en el año 2011 se imprimieron en impresoras digitales con el método xerográfico más de tres billones de páginas. Sin embargo, en Europa y Estados Unidos el volumen de las impresiones bajó en 2011 un cinco por ciento respecto al año anterior.
En la década de los 30, Carlson, el agente de patentes, pensaba sobre todo en sus propias molestias cuando se veía obligado a copiar a mano trabajosamente, como un monje en la Edad Media, cada uno de sus documentos cuando necesitaba un duplicado. Soñaba con un aparato que, pulsando un botón, vomitara la copia de un original.
Tuvo esta idea: debería ser posible multiplicar los caracteres con la ayuda de diferentes cargas electrostáticas. El físico hizo experimentos con azufre, provocando la indignación de sus vecinos porque se impregnaba en su propia cocina del olor de huevos podridos.
Con tinta china, el asistente alemán de Carlson, Otto Kornei, escribió en un portaobjetos de vidrio la primera palabra copiada y la colocó en una placa de cinc cubierta de una capa de azufre. Con un paño, Kornei había frotado fuertemente la superficie generando así una carga electrostática.
Sin embargo, el éxito mundial del invento todavía tardaría en llegar. Durante la Segunda Guerra Mundial, nadie quería seguir desarrollando la fotocopiadora para que pudiera ser vendida en el mercado. No fue hasta 1949 cuando el primer aparato salió al mercado. En ese entonces, para hacer una copia todavía se necesitaban 39 pasos y varios minutos.
Tras varios años de desinterés, la "xerografía" de Carlson fue saludada como el mayor invento desde la fotografía. Diez años más tarde comenzó la marcha triunfal de la Xerox 914, que ya estaba automatizada en gran parte. Este aparato lograba hacer siete copias por minuto. Carlson escribió más tarde: "Pensaba que si hiciera un invento, mataría dos pájaros de un tiro: dar algo bueno al mundo y también a mí mismo".
Sin embargo, los dictadores presentían el peligro, porque sabían lo que algunos siglos antes había causado el invento de la imprenta. En los países comunistas de Europa del Este se prohibieron los negocios de fotocopias para impedir que las fotocopiadoras se convirtieran en "la imprenta del hombre de la calle" y en un instrumento de la oposición. Sin embargo, las redes sociales de Internet ya han jubilado a la fotocopiadora, también como instrumento de la revolución.
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