El equipo de Lionel Scaloni ganaba 2-0 con goles de Nahuel Molina y Lionel Messi, de penal. Pero los de Louis van Gaal, con dos tantos de Weghorst, el de la igualdad en el último segundo de juego, forzaron el alargue. Tras el 2-2 en la prórroga, Dibu Martínez fue héroe en los penales.
Hay un equipo que juega con el alma. Hay un equipo que te hace latir el corazón. Hay un equipo que deja todo por la camiseta. Hay un equipo que tiene a un Messi imparable, en una versión casi perfecta, mundial. Hay un equipo que defiende con la piel, que mete como hincha, que no te deja tirado nunca. Ni siquiera cuando le empatan en el minuto 11 de descuento. Hay un equipo que tiene un arquero descomunal, que se convirtió en héroe, sí, otra vez con una camiseta naranja enfrente. Hay un equipo, el nuestro, la Selección, el campeón de América, que está entre los cuatros mejores del mundo. ¡Y de qué manera!
Sí, otra vez, después de ocho años, esa camiseta celeste y blanca va en busca de otra final, va por el sueño de la tercera, va por el sueño de su 10, de su capitán, de su bandera. Pero también, va por el de todos, por el de 45 millones. Fue victoria por penales (4 a 3 luego de un 2-2 dramático), pero fue mucho más que eso: fue el pasaje para ir por la gloria, en otra muestra de resurrección y autoridad, que ilusionan como pocas veces.
El Lusail, el estadio que espera semifinal y la final (nada menos), el que nos sacudió en el debut contra Arabia, ahora nos hace disfrutar de una fiesta única. Se estremece en una locura desbordante, en un grito que no para, que une a la gente con los jugadores, en esa química que también contagia, y que le dio a un plus a este equipo: en todos los partidos jugó como si lo hiciera en Argentina.
La fiesta lo tiene a él, al 10, después de su show de magia. Salta, grita, canta. Canta su propio cantito: "Que de la mano, de Leo Messi...". Y hay desahogo, sí, porque en un Mundial se sufre, vaya si se sufre. Ese gol en el minuto 111'. Ese volver a empezar. Ese segundo tiempo suplementario enorme, con seis situaciones claras de gol. Y esa tanda de los penales, con un Dibu para la historia, lo merecían.
La forma en la que la Selección otra vez se repuso de un golpazo, de esos dos goles de Weghorst, el primero a falta de siete minutos y el segundo en último aliento, marcan la fortaleza espiritual de este equipo, por qué hay razones para seguir creyendo en estos jugadores. Porque no se dan por vencidos ni aun vencidos, porque es un equipo en todo sentido. Un equipo todo, de atrás para adelante y de adelante para atrás.
Solidario, comprometido, por momentos, desde la entrega, conmovedor. Todos ponen, todos van al límite y más (lo de Paredes en el final del partido fue un ejemplo), todos corren. Desde Julián, que terminó casi de lateral, pasando por Alexis (de enorme despliegue) y llegando al corazón de De Paul, que terminó en una pierna.
Y qué decir de Messi, de este Messi, que fue a todas, que nunca se rindió, que fue por más hasta el final y que pateó dos penales, el del 2 a 0 parcial y el de la definición, con una calidad exquisita. Es cierto que al equipo esta vez le faltó más juego, que dependió de los arranques de Leo, explosivo como en sus mejores tiempos. Y que falló en en el juego aéreo y también en esa última jugada preparada de Países Bajos. Pero qué va...
Le sobró alma, corazón y sobre todo resto para ir a buscar lo que era suyo, con las piernas cansadas, pero con el orgullo herido. Lo metió en un arco a su rival, lo sometió en el final a un fuego cruzado de atajadas, rebotes y hasta un tiro en el palo. Y después, se lo ganó igual por penales.
Argentina está en otra semifinal. En una semifinal en la que no lo esperará Brasil, que cayó en la previa por penales. No habrá clásico sudamericano. Enfrente estará la dura Croacia. Pero más que nunca, el sueño argentino más grande del mundo. "Muchachos, ahora nos volvimo' a ilusionar...".