El Obispo de Roma, como le gustaba referenciarse, quería a la Iglesia y a la política al lado de los pobres, al servicio de los vulnerables, y no cerrada en sí misma ni entretenida con juegos de poder internos
Por Oscar Moscariello
Después de días de preocupación por la salud del Papa Francisco y cuando ya estábamos más tranquilos por su recuperación al verlo en el día de Pascuas de Resurrección, llegó la dolorosa noticia de su fallecimiento. La ley de la vida se impuso a uno de los espíritus más brillantes del último siglo, pero su pensamiento seguirá marcando generaciones. Dentro y fuera de Argentina. Dentro y fuera de los credos.
Cuando eligió el nombre Francisco, el Papa advirtió al mundo que el argentino detrás de aquella sotana blanca se sentía heredero de San Francisco de Asís. Quería a la Iglesia - y a la política - al lado de los pobres, al servicio de los vulnerables, y no cerrada en sí misma ni entretenida con juegos de poder internos.
Si en Buenos Aires había roto con el perfil habitual de cardenal, en Roma rompió con el modelo tradicional de pontífice. Desde el primer día, quiso ser un líder espiritual accesible, sonriente e incluso con cuenta en Instagram, desinteresado de la pompa y los privilegios del cargo.
Fue desde el altar de la humildad que transformó la propia semiótica de la Iglesia. El énfasis pasó a estar en el deber de la misericordia y en la ética del perdón, y no en el miedo a la condena. Francisco promovió la armonía de las diferencias, en lugar de predicar o exigir la uniformidad. Abrió las puertas de la catedral para dejar entrar aire fresco y millones de jóvenes respondieron al llamado.
Al significado de las palabras, le sumó el poder de los actos, llevando el diálogo interreligioso más lejos que cualquiera de sus antecesores. El acercamiento al islam, al mundo ortodoxo y protestante, en nombre de la fraternidad y la solidaridad universales, forma uno de los pilares magnánimos de su pontificado. Como si Bergoglio hubiera trasladado al Vaticano, en 2013, el Instituto de Diálogo Interreligioso que él mismo fundara diez años antes en Buenos Aires.
Pero antes de hablar hacia afuera, Francisco quiso poner orden en la casa católica, asolada por sucesivos escándalos que comprometían su credibilidad y debilitaban su mensaje, desde la corrupción en la administración del Vaticano hasta los atroces crímenes de pedofilia. El argentino fue, desde su primer día, un reformista incansable y muchos nunca le perdonaron esa osadía.
Todos estos esfuerzos hicieron que, cuando Francisco hablaba, el mundo lo escuchara, y no solo el mundo católico. Intervenía sobre temas de actualidad que realmente afectaban la vida de las personas y sus perspectivas. Se convirtió, por ejemplo, en el vocero global de los migrantes que siguen arriesgando la vida en la travesía del Mediterráneo.
Al mismo tiempo, publicó un tratado sobre ecología en formato de encíclica, Laudato Si, que hoy en día quizás es aún más actual. Más recientemente, intervino sobre los peligros que la Inteligencia Artificial desregulada representa para el futuro de la humanidad, especialmente como fuente de desigualdad.
Por más preocupante o desalentadora que fuera la temática o la situación, Francisco siempre tenía, siempre dejaba, una palabra de esperanza. Tal vez ese sea su apellido más merecido y, además, lo que más vamos a extrañar: Francisco, el Papa de la Esperanza.
El gobernador de Santa Fe lamentó la muerte del sumo pontífice.
El presidente argentino destacó la "bondad y sabiduría" del jefe de la Iglesia católica a pesar de "diferencias menores" entre ambos
El Colegio Cardenalicio está integrado por 252 purpurados que tienen la potestad de elegir la fecha para la convocatoria de la cual surgirá el nuevo Papa. Los cuatro prelados argentinos en condiciones de participar son Vicente Bokalic Iglic, arzobispo de Santiago del Estero; Mario Aurelio Poli, arzobispo emérito de Buenos Aires; Ángel Sixto Rossi, arzobispo de Córdoba; y Víctor “Tucho” Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe
El Sumo Pontífice falleció a las 2.35 (hora argentina) de este lunes en su residencia de la Casa Santa Marta, a los 88 años. Había estado ausente en los ritos de la Semana Santa al seguir convaleciente tras su hospitalización, pero apareció este domingo en el balcón de la basílica de San Pedro para la bendición pascual
Según el relevamiento elaborado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (Came), cada persona tuvo una estadía media de 3,1 días