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Cuento de Pueblo Chico

#Cuento: Alguien malo nos vigila

¿Realmente alguien nos vigila en todo lo que hacemos?

¿Realmente alguien nos vigila en todo lo que hacemos?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Lunes ocho de la mañana, Silvia recibe en su celular una llamada de identificación oculta y, tal como lo hacía en otras oportunidades, directamente no atendió. Siguió recostada en su cama pero la llamada fue insistente haciendo que a la cuarta vez, optara por atender. Del otro lado, una voz masculina la saludo: “hola Silvia, buen día. Sabemos que en una hora estas entrando a trabajar como Administrativa de una inmobiliaria y por eso supusimos que ya estabas levantada” – le detalló.
Silvia se sentó en la cama sorprendida y preguntando quién era. Del otro lado se presentaron como vocero de una organización gubernamental capaz de vigilar hasta los mínimos movimientos de un individuo: “cuando hace dos meses tuviste la intervención por apendicitis, se te fue implantado un microchip debajo de la piel de tu mano y así nos permite seguir tu vida.” Y fue allí cuando ella cortó finalmente la comunicación, algo asustada, sabiendo que era verdad lo de aquella operación.

Siguiendo la rutina diaria, se levantó, se duchó, se cambió y tras desayunar se dirigió en bicicleta a su trabajo. Encaró la semana como siempre aunque en su mente aun pululaba aquella extraña comunicación. Y como si fuera poco, cuando se dispuso a iniciar su jornada frente a la pc, notó que tenía un email en su cuenta con el asunto “nos volveremos a comunicar con vos”, y abrió entonces el correo mas nerviosa que nunca.
En el email le explicaban que la organización que comenzaba a vigilar su vida operaba con una finalidad siempre positiva, como prueba de un desarrollo tecnológico capaz de garantizar el transito libre de las personas y su seguridad en todo aspecto social. Contaba que la misma dependía de un departamento interno de Inteligencia del Estado en cooperación con el Ministerio de Seguridad y Derechos Humanos. Y le explicaba que el implante recibido en su cuerpo jamás afectaría su salud y podría ser inactivado cuando ella lo solicitara.
Al momento del desayuno, charló con una compañera de trabajo sobre el asunto, contándole lo del llamado y del correo recibido. “¿Será que también están sabiendo esto que estamos hablando?” – le preguntó su amiga también algo intrigada. “No lo se” – respondió Silvia levantando, de a ratos, su mirada con la sensación de estar siendo observada desde lejos. Y a los cinco minutos regresaron a sus tareas.

Lo que Silvia no se esperaba es que a la media hora, otra llamada ingresó a su teléfono nuevamente anunciándose como vocero de la organización que vigilaba su vida; “¿Y cómo sé que me están vigilando?” – le preguntó casi apostando al humor. Entonces el comunicador pasó a detallarle: “Luego de la operación, tu mamá se fue a vivir a tu casa algo de dos semanas para ayudarte con los quehaceres de tu casa. Posteriormente trajiste a tu casa un perro de raza Caniche al que llamaste Lazaro. Días después hiciste un viaje a Buenos Aires disfrutando tus últimos días de licencia laboral por la intervención quirúrgica y, entre otras cosas, estuviste en Tecnopolis, Teatro Colon, Caminito, etc. Y hace una semana atrás celebraste tu cumpleaños con unos treinta amigos en una casa de fin de semanas que te facilitó una tía llamada Raquel.” Y nuevamente ella cortó la llamada ya más asustada y creída en lo que estaba pasando; “tengo miedo” – le escribió por wsp a su compañera.
Tras la jornada laboral, Silvia regresó a su casa siempre sintiéndose muy perseguida y observada por cada uno de los transeúntes y automovilistas que pasaron a su alrededor. Ingresó a su casa, colocó llave a la puerta y con su mascota en brazos se recostó en su cama buscando una explicación a lo sucedido. Entonces una nueva llamada ingresó a su aparato pero ella rápidamente solicitó dar fin a esa vigilancia: “quiero poner fin a esa vigilancia, no quiero que nadie me vigile, ¿qué tengo que hacer?” Y del otro lado, la misma voz de siempre le explicó que la operación gubernamental tenía un costo de desactivación de diez mil pesos que podía ser debitado automáticamente de su cuenta.

Silvia recordó que aun tenía en su cuenta algo más de ese monto como parte de su sueldo a lo que accedió al débito aportando al llamante todos los datos necesarios para la transacción. Y cuando finalmente la operatoria se realizó exitosamente, ella notó que nadie más volvió a llamarla sintiéndose más tranquila pese a haber gastado ese monto de dinero.
Y al día siguiente, su amiga se le acercó a su escritorio con un artículo periodístico que informaban sobre una nueva modalidad delictiva similar a la que había sufrido. “¿Y lo del chip en mi mano? ¿Cómo es que sabían tanto de mí?” – le preguntó Silvia a su compañera quién le sonrió. Es que los datos de su operación, el acompañamiento de tu madre, la compra del can, el viaje a Capital Federal, los datos del lugar de trabajo, su correo laboral e incluso su teléfono privado y ubicación física estaban a la vista de cualquier navegante que pudiera acceder a su Facebook.

Fuente: Publicado en La Posta Hoy

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