Una sana crianza se basa en lo que ellos necesitan, no en lo que desean. Cuando rechazan las decisiones de los padres, están construyendo su identidad.
Un término puede hacer fracasar las intenciones. Los niños, por supuesto, desean no ser retados, ni castigados, ni sueñan con asumir tareas acordes a su edad, ni ir al colegio, ni ordenar su cuarto, ni acostarse temprano, ni comer los horribles brócolis...
El niño no espera eso de sus padres, no quiere eso para sí mismo. Pero los padres no han sido hechos para complacer a sus hijos, sino que tienen la función concreta de convertirlos en adultos sanamente. De allí que el primer cambio en el discurso de los papás es dejar de pensar en lo que el niño espera y empezar a hacerlo en torno a lo que el niño necesita.
Lo que necesita de sus padres es que lo ayuden a comprender el mundo que lo rodea, a adaptarse para vivir en él y a desarrollar sus capacidades al máximo posible, para convertirse en adulto con posibilidades de enfrentar su destino con la mayor cantidad de herramientas.
Para lograr andar este camino, el padre encontrará resistencia por parte del niño. Nunca entenderá hasta adulto (o a hasta que sea padre, o quizás nunca), que muchas de las acciones que sus progenitores encararon fue para ayudarlo a andar esa ruta de pasar de niño a hombre.
Un nuevo punto para detenerse: los padres no debieran esperar la comprensión por parte de sus hijos. En la gran parte de las reyertas por cumplir con cierta norma establecida, los chicos tendrán tanto enojo, o fastidio, o aburrimiento que no lograrán decodificar el porqué.
Aun cuando los adultos se tomen el tiempo de explicar el motivo de sus indicaciones, hay una especie de silbato para perros en que se transforman los dichos de un padre en esta instancia. Con suerte los escuchará la mascota.
Entonces, ya hemos sumados dos atributos: pensar en lo que el niño necesita para operar en consecuencia y no esperar que él comprenda y acepte gustoso que lo que sus padres deciden es lo que él precisa.
Es comprensible que cuando un pequeño se sienta conducido hacia un sitio que no le agrada porque no es el que quiere, sino el que necesita (como acostarse temprano o comer verduras), el padre estará enfrentando todo el tiempo resistencias y "pruebas" de ese niño en respuesta a sus reglas. Es natural que esto se proyecte de ese modo.
Debería llamar la atención un niño excesivamente sumiso, del mismo modo que lo hace un pequeño ingobernable. De todos modos, descartando patologías, instaladas ambas situaciones, casi con seguridad se deberán a una falla paterna, sea por exceso o por escasez.
Ante este cuestionamiento del niño sobre los caminos divergentes entre el querer y el necesitar, los padres suelen sentirse afectados y, lo que es peor, corrigen su conducta, aun en contra de los principios que ellos mismos establecieron como correctos para la crianza.
La teoría indica que el esfuerzo más pesado que tendrán que sobrellevar los papás es el de sostener sus decisiones frente a la inagotable energía de los niños a la hora de tratar de convencerlos. La furia es resultado de notar que se le impone sobre lo que él quiere, aquello que él necesita.
Aquí es preciso no ceder. Pero cierto es que los padres también son humanos, que es casi irreal pensar que se responde con frialdad a las declaraciones de falta de cariño de los propios hijos, y que siempre el cuestionamiento de ellos deja una muesca al menos pequeña de duda sobre si se estará obrando adecuadamente.
El niño, cuando rechaza al padre por las decisiones que toma sobre sus conductas, no está expresando su situación de afecto frente al progenitor. Simplemente, está construyendo su identidad separándose de aquello que desean imponerle, formando su personalidad, creando autoestima y -claro- testeando la sensibilidad de los límites. ¿Alguien conoce un manipulador mejor que un hijo?
Criar desde la seguridad implica comunicar al niño y reconocer uno mismo que todo lo que subyace en el vínculo es afecto. Que éste no estará nunca en juego, pase lo que pase.
Aun en momentos de cuestionamientos de ese sentimiento por parte del hijo merced a un hecho concreto (una travesura, un problema, un error), siempre es posible trabajarlo rescatando el amor.
Poner un límite no significa no amar, en el caso de la crianza es todo lo contrario. Las reglas se trazan pensando en los niños, en los mensajes que se les transmiten y en lo que deben aprender para convertirse en adultos.
Tener la capacidad de detectar claramente esto y de transmitirlo a los hijos en cada momento, comenzará a derribar las posibilidades de manipulación por el afecto.
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